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El civismo (del latín civis, ciudadano y civitas, civitatis, ciudad) o urbanidad se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en sociedad de manera civilizada. El civismo nace de la relación de una persona con su localidad, nación y estado.[1]
Un ejemplo de civismo es cómo se comporta la gente y cómo convive en sociedad. Se basa en el respeto hacia el prójimo, el entorno natural y los objetos públicos; buena educación, urbanidad y cortesía. El uso del término civismo tuvo su origen en la Revolución francesa e inicialmente, aparece unido a la secularización de la vida que esta supuso.
Las normas del civismo son diferentes en cada país aunque la mayoría tiene la misma función, que es, respetarse mutuamente para tener una convivencia agradable. Por ejemplo, los vecinos usan continuamente las instalaciones y los servicios de la comunidad y se ven todo el tiempo, por eso, es vital que haya una buena convivencia entre ellos (es decir, ser educado y amable de manera que no haya conflictos).
Se puede entender como la capacidad de saber vivir en sociedad respetando y teniendo consideración al resto de individuos que componen la misma, siguiendo unas normas de conducta y de educación, que varían según la cultura del colectivo en cuestión.
La educación a veces es vista como un prerrequisito que ayuda a los ciudadanos a tomar siempre buenas decisiones y lidiar con los demagogos que les engañen. Roger Soder escribe que en una democracia, donde se colocan las exigencias del buen ciudadano a todos, «solo las escuelas comunes pueden proporcionar a todos la educación que necesitan.»[2]